El ego: un invento de identidad.

El ego tiene varios usos de significado. Por un lado, desde la psicología, y en concreto, desde el psicoanálisis, hace referencia al yo, considerado una instancia psicológica desde donde el individuo se reconoce a sí mismo. Por otro lado, comúnmente puede ser atribuido a aquellas personas que tienen un exceso de arrogancia o valoración de sí mismos.

Sin embargo, en esta entrada del blog, vamos a referirnos al ego desde una cuestión sobre la consciencia que construimos sobre nosotros y el mundo.

 

La separación: un precedente fundamental

El ego es una construcción de una identidad personal que responde a una falta de consciencia sobre la verdadera conexión de las personas con ellas mismas y con el todo que les rodea. Esta separación genera ciertos desequilibrios que están fundados en la falta de comunión con la fuente de vibración natural. Hablamos de la unión con la naturaleza, con ese todo que llamamos universo. Al estar desconectado, al faltarnos esta experiencia, la persona tiene que inventar un sentido vital que le de aliento de vivir. Ese invento es el ego, que es sino el intento de reafirmación basado en una entidad que es el yo. Intentamos ser importantes a través de este personaje.

El ego es un mecanismo de protección para la reafirmación del ser. El ser humano, al no estar conectado con lo que le rodea, necesita algo que le dé sentido y suele echar mano de su individualidad y competitividad.

Por otro lado, la conexión espiritual con uno mismo (y por ende, con el exterior de uno mismo) es la más alta fuente de sabiduría. En ese estado las personas conocen lo que necesitan, y los velos y muros aparecen primero para después desaparecer. No estar conectado a ese nivel de vibración genera ignorancia y confusión, sobre todo si ni siquiera se ha empezado a caminar en esa dirección. No son términos extremos exclusivos, pues de la ignorancia al conocimiento hay un continuo. Ante tal ignorancia, la persona utiliza recursos para poder sentirse vivo. Esos recursos, aun siendo falsos o engañosos, en tanto que están alejados de su fuente natural, son necesarios para la persona. La consciencia de su falsedad, y el trabajo posterior para desmenuzar el engaño con un trabajo de desarrollo personal, son pasos en ese continuo hacia la verdadera conexión. El ego no conecta, sino separa.

Esos falsos recursos pueden ser la identificación con emociones y pensamientos, que aun siendo pasajeros, se toman como el ser mismo, obviando la esencia de la persona, el espejo, no lo que se proyecta. En ese nivel de vibración de la consciencia, la persona los considera necesarios para su supervivencia. Así pues, el ego se muestra como una reafirmación para darse sentido y valor. El ego-ismo es prueba de ello, o ser ego-céntrico.

También hay ejemplos que están basados claramente en una huida de la propia inseguridad personal, como los celos, la envidia, la avaricia, etc. Nos serviría mencionar la búsqueda de felicidad en aspectos materiales, en lo que ocurre fuera de nosotros, ignorando que lo más importante es el interior.

Además, el desarrollo de este falso ser, el ego, está potenciado por la búsqueda del propio equilibrio, lo que genera el fomento de estas actitudes desfavorables. El problema aquí es que se busca la felicidad en el sitio equivocado. El ego genera intentos de conexión ilusorios, precisamente por ello puede proporcionar temporalmente un aroma de felicidad. Sin embargo, no es siquiera eso, pues es una mala imitación de la verdadera felicidad basada en la conexión con el uno y el todo.

Y para situarte en esa dirección de unión contigo mismo y con el universo, yo te propongo un camino: la meditación. Un vehículo: el amor. Una protección: la bondad y la compasión. El destino: felicidad y sabiduría.